¡Riiiiing!
Después de salir del
colegio, todos los niños fueron a la plaza para jugar a fútbol, como venía
siendo ya una costumbre. Lo que no se esperaban era que apareciese una niña
preguntándoles que si podía jugar con ellos.
Hubo algunos murmullos y
cuchicheos, pero al final aceptaron y metieron a la niña en su equipo. Total,
¿qué era lo peor que podía pasar? ¿Qué perdieran? ¿Y si ella jugaba bien a
fútbol?
Nada más lejos de la
realidad. En cuanto que Gema tuvo el balón en sus pies, ésta tiró un disparo
enorme, haciendo que volara por los aires y rompiera la ventana de La Casa de
las Cadenas.
Los niños se quedaron de
piedra. Uno hasta empezó a temblar de miedo. ¿Qué se había pensado esa niña
lanzando la pelota a esa casa? ¿Y si la bruja los mataba?
-¿Pero qué has hecho? –le
gritaron todos a la vez.
-Pues darle una patada –
contestó simplemente Gema, pero al ver la cara de enfadados, carraspeó y dijo:
-bueno, iré en busca de la pelota y os la traeré de vuelta, ¿vale?
En ese momento todos los
niños se quedaron estupefactos. ¿Es que acaso no sabía lo de la bruja? Así
pues, Carlos decidió contárselo:
-Una vez, otro chico coló
la pelota por la ventana. De la casa se empezaron a oír gritos y piedras que
salían del tobogán. Nadie ha conseguido nunca entrar y recuperar la pelota.
-¡Yo lo haré! –contestó la
niña, entrando por la puerta oscura. Al pasar, llegó a una gran entrada con
unas escaleras enormes en forma de caracol, decoradas con una alfombra roja.
Subió medio a oscuras y muy despacio, sin hacer ruido. Justo cuando pisó el
último escalón, la luz se encendió, dejando al descubierto unas caras de
monstruos disecados en la pared, haciendo que la niña pegara un gritito del
susto.
Como la bruja no aparecía,
Gema continuó su aventura por la casa. Después de recorrer un largo y estrecho
pasillo con un montón de cuadros extraños que parecían estar mirándola con los
ojos, llegó a una puerta, de la cual salía un rayo de luz. Decidió entrar, y…
¡Allí estaba la bruja!
Gema la observó
detenidamente: era una vieja feísima, con una nariz retorcida y un vestido
viejo que le llegaba hasta la punta de sus tacones. Al parecer, estaba
removiendo algo en una gran olla de la que salía humo verde y olía fatal.
La niña vio unas escaleras
que la llevaban hasta el techo, y sin pensárselo demasiado, corrió y subió por
ellas. Otra puerta con luz. ¿Qué habría allí?
-¡Miles de pelotas! –exclamó
Gema, impresionada. Entró corriendo y cogió un gran saco para guardar todas las
que cogieran. Después, salió corriendo de la habitación.
-¡GRRRRR!
-Oh, oh… -Gema pegó un
chillido al ver a la bruja esperándola con una sonrisa malvada y varios
monstruos. Salió corriendo, sin importarle lo que pesara el saco.
Un zombie y una momia la
perseguían. La niña corría y corría, asustada. ¿Cómo iba a salir de allí? ¡La
trampilla estaba cerrada!
De pronto, Gema vio un
especie de agujero en la pared, y lanzó el saco de los balones por allí. Como
no había tiempo, ella también se tiró. ¡Era un tobogán!
-¡Aaaaaah! –gritaba,
porque el camino parecía no acabar nunca, y encima, estaba oscuro.
-Eh, ¡mirad! –gritó un
niño al oír ruido.
Y el saco cayó.
-¡Los balones!
-¡Hola! –dijo Gema cuando
aterrizó en el suelo de un golpetazo.
-¡Lo has conseguido!
–gritaron todos, alegrándose por haber recuperado las pelotas. –Y aquí hay más.
¡Son todos los balones que la bruja tenía guardados durante todo este tiempo!
Entonces, todos los niños
abrazaron a Gema, dándole las gracias y diciéndole que había sido muy valiente.